Subido en mi bicicleta, me pareció oír un ruido. El camino se empinaba y serpenteaba constantemente, así que aquello fue una buena excusa para parar un momento.
Por fin lo vi, era un perrito pequeño y escuálido, sucio y con lágrimas en los ojos.
Lo llamé y dudaba, así que le saqué la bandera de ahora o nunca. Decidió creer en la esperanza y finalmente se acercó.
Husmeaba mis piernas y cuando acerqué mi mano a su pequeña cabecita, se puso rígido, como si estuviera acostumbrado a que una mano traidora le pegara.
Le conté que creía en quién me escucha y que por eso viajaba por el mundo sin censar. Te llamaré Tom, le dije. Así que le pregunté si querría quedarse conmigo. Mi miró con cariño y me contestó de forma implacable tal y como debe ser la verdad: Jamás.
No me dejaba acariciarle, sentía miedo.
Subí a mi vieja bicicleta y continué subiendo aquella maldita montaña inacabada. Triste porque Tom se quedaba allí.
La luz del día comenzaba a esconderse, así que decidí pasar la noche cerca del rio.
De pronto volví a oír un ruido que ya me pareció familiar. Era Tom de nuevo que no se cómo me había seguido.
Entonces le pregunté: ¿Oye me dijiste que Jamás?
Me miró y me pareció advertir una ligera sonrisa en su mirada. Jamás me dijeron que me abandonarían.
Lo abracé y por fin se dejó. Aquella noche se acostó a mi lado. Por fin en muchas noches, me sentí seguro.
Escrito Por: Malamente